
Nelson Mandela, en su alegato final durante el juicio de 1962, tras el cual fue condenado a cadena perpétua (en la imagen la prisión de Robben Island) por el régimen apartheid de Suráfrica

A pesar de media vida en la trinchera y tres cuartas partes bajo los barrotes de una cárcel racista, Mandela ha mantenido con pulso firme su ideario honesto. Hay que tener un espíritu limpio y una generosidad trabajada en el tiempo para, como él hizo en 1990, tras 27 años de plomo en la prisión, evitar izar la bandera de la venganza y trabajar para construir un país sin odio. En ese periodo de cuatro años (1990-94), trufado de matanzas indiscriminadas de negros, razzias nocturnas policiales y asesinatos de líderes históricos como Chris Hani, máximo jefe del movimiento anti apartheid mientras Mandela cumplía condena, sólo la vigorosa constancia de Madiba en el camino de la transición pacífica evitó el estallido de una guerra civil de dimensiones aterradoras y el degüello de media población blanca.
"Si quieres hacer las paces con tu enemigo, deberás trabajar con él. Y entonces se convertirá en tu socio."
¿Cómo hace uno para enterrar el odio?, ¿para no masticar la venganza en 27 años de aislamiento carcelario en Robben Island y Pollsmoor Prison, con sólo una visita y una carta permitida cada seis meses? ¿Cómo mirar a los ojos a la gente que no te permitió asistir al funeral de tu hijo primogénito, muerto en accidente de coche con sólo 25 años? ¿Cómo se sienta a negociar una persona con el régimen de P. W. Botha y luego Frederik De Klerk, que, en 1969, urdió una trama para hacerle escapar de la cárcel y así poder matarle mientras huía? (gracias al servicio secreto británico se desbarató el apestoso montaje). ¿Cómo se puede consensuar el futuro de una nación con un atajo de asesinos que durante décadas mantuvo bajo el yugo, la segregación racial y la humillación pública a la mayoría aplastante negra del país, más de un 80 por ciento? Quizá sea la extraordinaria influencia de la figura de Mahatma Gandhi en el pensamiento de Mandela, quizá los miles de libros que devoró en su fría celda, lo cierto es que Madiba logró liderar el paso del régimen afrikaner a la democracia con la suavidad de su sonrisa bonachona y la firmeza de sus convicciones inquebrantables.
"No hay nada como volver a un lugar que parece no haber cambiado para descubrir en qué cosas has cambiado tú mismo".
Tras enarbolar la bandera de la reconciliación y hacer de la pedagogia la mejor arma para

En su mandato presidencial, Mandela pulió las aristas en forma de cuchillo que amenazaban con descarrillar el proceso de desmantelamiento total del apartheid, vaciando de argumentos a los extremistas blancos y a los radicales zulús. La herramienta para sanar las heridas profundas de la sociedad fue el establecimiento de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, presidida por otra alma hermosa, el arzobispo Desmond Tutu. Por la corte de Cape Town pasaron víctimas y verdugos, todo ciudadano que había sufrido la violencia del apartheid o que la había ejercido tenía derecho a declarar en el tribunal. A cambio de las confesiones y el perdón, muchos asesinos consiguieron la amnistía, pero para el pueblo surafricano fue fundamental exponer la sangre derramada durante tantas décadas, poner un punto y aparte y forjar entre todos un compromiso de que aquello no se podía volver a repetir.

"Después de escalar una montaña muy alta, descubrimos que hay muchas otras montañas por escalar".
Junto al laberinto político y racial, Mandela tuvo que hacer frente en sus años de presidencia a otro dilema moral de impacto tremendo, que volvió a resolver con la sabiduría y la ética de un
Resistencia legítima

Ya lo decía la cabecera del programa literario after-hours de Sánchez Dragó, "todo está en los libros". Para que Suráfrica se ponga definitivamente de pie, Mandela ha comprendido que el mayor enemigo del país es el SIDA –de hecho uno de sus hijos murió por el virus en 2005-. En este sentido, en 2003 apadrinó la creación de la fundación 46664, que hace referencia al número de preso que tenía en Robben Island, para recaudar dinero a través de conciertos e iniciativas. Frente a la sinrazón y mentalidad cuaternaria de su sucesor, Thabo Mbeki, que ha puesto en duda varias veces la existencia misma del SIDA y cuya inacción política clama al cielo, Mandela es un embajador infatigable de la lucha contra el virus, una voz vital en África, el continente que sufre la mayor pandemia de la enfermedad, y cuyos dirigentes normalmente miran hacia otro lado. Incluso Mandela ha admitido que seguramente falló a Suráfrica al no hacer lo suficiente contra el SIDA cuando estaba en el poder.
La conciencia del mundo

El estadista de la mirada serana, premio Nobel de la Paz en 1993, tampoco ha dudado en señalar una y otra vez las tropelías de Robert Mugabe en Zimbabwe, frente al mutis por el foro de la panoplia de autócratas que por desgracia gobierna en mayoría el continente. Mandela ha acusado a Mugabe de perpetuarse en el poder y le ha pedido que lo abandone con un mínimo de dignidad antes de que acabe sus días como Augusto Pinochet. Más recientemente, en junio de 2008, ha responsabilizado de la caótica situación en Zimbabwe a un "trágico falllo de liderazgo". Y, junto a personalidades del bagaje solidario de Graça Machel, Desmond Tutu, Kofi Annan, Ela Bhatt, Gro Harlem Brundtland, Jimmy Carter, Li Zhaoxing, Mary Robinson y Muhammad Yunus, es el padre espiritual del colectivo The Elders (Los ancianos), que aporta la visión de la razón, la esperanza y la generosidad en los conflictos políticos allá donde se les reclame.